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Fecha: 10/08/2000 Tipo: ARTÍCULO DE OPINIÓN

EL GRAN HERMANO DE CANTABRIA.

 

  10 - Agosto - 2007

 EL GRAN HERMANO DE CANTABRIA

Bernardo Colsa LLoreda/Presidente de la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC)

Decíamos en una tribuna de opinión publicada recientemente en estas mismas páginas que hablar de Cantabria era necesario e imprescindible para conocer nuestras miserias y grandezas y avanzar así sin titubeos hacia la sociedad del progreso. Afirmábamos también que no había que tener ni miedo ni vergüenza a abrir debates o a analizar nuestra propia circunstancia porque eso nos haría más prósperos.

Sin embargo, cuando se intenta abrir una puerta, una corriente poderosa parece querer cerrarla. Desde estas mismas páginas, al hilo de sendos proyectos presentados por nuestra asociación, se vierte una teoría que, lejos de amparar o respetar siquiera cualquier debate que vaya en el sentido anteriormente mencionado, de manera solapada pero contundente se afirma que nuestro trabajo no es más que un revisionismo nacionalista con tintes miméticos al de otras latitudes.

En torno a dos trabajos que lleva a cabo nuestro colectivo, relativos al estudio toponímico del territorio y a la historia de la bandera de Cantabria, se diseña una teoría aderazada con argumentos deslabazados, una especie de confabulación, que viene a concluir que los cantabristas pretendemos huir de nuestro pasado inmediato y manipular una parte del pretérito más remoto para, a nuestro antojo, justificar un cambio estatutario y modificar nuestra identidad, hasta el punto de acercarnos a la edad de las cavernas. Ni más, ni menos.

Antes de nada, nosotros no creemos que engañemos a nadie: somos cantabristas y esa idea mueve todo lo que hacemos. Precisamente por tener esa ideología respetamos escrupulosamente nuestra cultura y nuestra historia, sabedores que somos herederos de un legado riquísimo y amplísimo que nos empeñamos en investigar, conservar y divulgar. Nos sentimos orgullosos de nuestros héroes y nuestra historia, de toda ella, sin paréntesis, sin manipulaciones ni tergiversaciones. Y hemos hecho gala de ello en nuestros más de treinta y un años de andadura como colectivo. Por eso no entenderemos nunca que, salvo malintencionadamente, se nos acuse de crear una identidad, de inventar un idioma o de ingeniar una bandera...., cuando la identidad no se hace, existe; cuando el habla, dialecto o idioma cántabro -lo que juzguen los expertos- está constatado por multitud de estudios o cuando la evidencia histórica de nuestros símbolos es un hecho.

Hablar de estos temas genera polémica, según parece. Esto es, hablar de Cantabria genera recelos, siempre y cuando no se ajuste el discurso a lo políticamente correcto, a esa uniformizadora tendencia a creer que Cantabria está bien como está y que no merece la pena perder el tiempo en debates que pueden generar una corriente política peligrosa. Parafraseando la celebérrima obra de George Orwell "1984", en Cantabria pareciera que existe un Gran Hermano que vigila y tutela la ideología de los ciudadanos y que esta debe ser fiel, acrítica y sumisa; aquel que se desvía es enviado por la policía del pensamiento a la habitación 101 inoculándole el suero de la verdad con todo tipo de profecías apocalípticas que hagan que sus planteamientos ideológicos se transformen a la verdad en el idioma que todos conocemos, la neolengua para hacer inviables otras formas de pensamiento contrarias a los principios del ingsoc (lo que en el libro se conoce como crimen del pensamiento).

Resulta asombroso que nos acuse de abrir un debate resbaladizo quien precisamente ha perpetuado la duda sobre la propia existencia de la Comunidad Autónoma de Cantabria, dando por ejemplo pábulo a unas ideas que tiene menos respaldo electoral que las que piden la autodeterminación para Cantabria, o yendo a comparaciones tan ingenuas como tendenciosamente malintencionadas... Eso no debe ser ni molesto ni peligroso, que va; azuzar la idea de interinidad de nuestra Comunidad debe ser lo habitual. Y aunque sea su muy respetable línea editorial, permítannos que no evitemos notar cierta contradicción en un asunto, Cantabria, que provoca, por un lado, debates peligrosos, pero por otro, debates necesarios, aunque sean anacrónicos y, hoy por hoy, carentes de fundamento.

Se dice que alentamos un posible cambio de bandera y que eso es prácticamente un delito cuando, a parte de ser falso, por ejemplo, estamos inmersos en un patético debate por poner letra al himno de España sólo porque se quiere ver cantar algo a los deportistas.

Se afirma que se quiere reabrir un debate cerrado y que eso es peligroso porque se enmarca además en una estrategia a medio y largo plazo que desembocaría en una reforma estatutaria que, al fin y a la postre, recogiera esa identidad supuestamente ideada y, por supuesto, la simbología apropiada. ¿No sería más propio preguntarse porqué cada vez más los propios cántabros asumen por sí mismos un símbolo que les represente que acudir a salvaguardar la ortodoxia oficial con argumentos inquisitoriales?

Se asegura el invento de un idioma cuando en nuestra Comunidad existen centenares de referencias bibliográficas -y no de cualquier chiquilicuatro- relativas a un hecho cultural que en otras latitudes son recogidas en sus propios estatutos por formar parte del acervo cultural del lugar en cuestión -como el caso del leonés en la reforma estatutaria castellana de reciente aprobación-, sin dudas, recelos, temores ni vergüenzas.

Lo que trasluce de toda esta falsa polémica es que parece que las certezas históricas cántabras son inmutables. Da la sensación que intentar que Cantabria no sólo sea objeto sino también sujeto de estudio es un asunto imposible de alcanzar cuando sería lo más normal, lo propio de una sociedad avanzada que vive sin complejos, sin los prejuicios ni los tabúes empobrecedores que tutelan ideologías que a veces rayan el integrismo.

Es ciertamente curioso que se use una argumentación tan palmaria como triste, que se pontifique de esta manera porque en el fondo, lo que trasluce, no es más que esa resignación a ser una Comunidad de segundo nivel, una simple provincia con órganos administrativos que acerquen el poder al ciudadano, en un meridiano ejemplo de interpretación torticera del estado autonómico, en lugar de aprovechar los resortes que supone el autogobierno. Sólo se puede hablar de Cantabria en un sentido, el políticamente correcto, el aséptico y superficial, el que no molesta, el del marco incomparable, el bucólico, el de la provincia abnegada

Los hombres y mujeres que habitamos en Cantabria a fecha de hoy somos cántabros del siglo XXI. Somos herederos de un amplísimo legado histórico que arranca desde hace más de dos mil doscientos años. Durante centurias, se ha forjado en este solar que denominamos Cantabria una cultura, una manera de ser, una identidad que, sin estar en contraposición necesariamente con otras de nuestra entorno y fruto de múltiples avatares históricos, sí es particular y diferenciada. Investigar, conservar y difundir esta herencia cultural e histórica es una obligación, es un deber de los cántabros de hoy que, como cualquier pueblo del mundo, como cualquier entidad administrativa del planeta, ya sea villa, ciudad, municipio, región, país o estado, sólo debe servir para afirmar desde una nítida vocación universalista y una contundente apuesta por la contemporaneidad, la pervivencia y la existencia de los propios cántabros.

Es esta la verdadera circunstancia, la única circunstancia que nos mueve a presentar todo tipo de iniciativas a favor de la divulgación de las señas de identidad de Cantabria, de su historia y su cultura. Si alguien quiere agitar la bandera de la polémica sólo depende de él porque hablar de uno mismo no debe generar nunca un agrio debate. Somos cantabristas y esa idea mueve todo lo que hacemos. Precisamente por tener esa ideología respetamos escrupulosamente nuestra cultura y nuestra historia.


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