BONDAD AMOR: PANDERETERA.
«BONDAD AMOR, Panderetera»
Autora del texto: Soledad Rodríguez Aguirresarobe, “Soltxu” (investigadora de la música tradicional cántabra).
Bondad forma parte de una generación que, como ella dice, con poco
eran felices porque no se puede echar en falta lo que no conoces. Poseer
una muñeca suponía un lujo, había una bombilla para alumbrar toda la casa,
las crías hacían teatro y el escenario era un carro y se pintaban los labios con
moras.
Sería 2004 cuando fui por primera vez a su casa, con mi compañera
de fatigas panderetiles, Miriam Guerra, y desde entonces no he cesado de
visitarla con frecuencia para deleitarme con sus narraciones. La considero
una persona muy humilde que desconoce el valor de todo lo que sabe pero
tiene una gran memoria y generosidad para compartirlo. Su ansia de
conocimiento se demuestra en que ya leía antes de ir a la escuela y pese a
haberla abandonado a los 14 años para cuidar vacas y vender patatas no ha
parado de devorar libros desde entonces. Es una delicia escucharla para
alguien como yo que considera que su mayor afición es aprender, no sólo por
disfrutar de las melodías que atesora y su destreza con la pandereta; es
porque sus palabras destilan sabiduría y te hacer vivir los momentos que
recuerda como si hubieras estado allí.
Cuando Bondad contaba unos diez años, antes de poder ir al baile,
una prima que tenía una hija casi de su edad les enseñó a bailar la jota. El
día de la fiesta del pueblo se contrataba a los piteros de Anievas o
acordeonistas como el Ciego de Sierrapando o Pepe Luis, el de Reinosa,
pero para el baile de los domingos eran las mozas del pueblo las que se
turnaban para tocar la pandereta sin cobrar nada por ello, desde el rosario
hasta la noche y más. Cantaban jotas, ligeros y agarraos como tangos y
pasodobles, aprendidos de la radio o de las coplas que se vendían en el tren.
No recuerda quién la instruyó en la pandereta pero sí que ya sabía tocarla
con cuatro años y que las fuentes de muchos de los sones y versos que
utiliza fueron las mozas de su pueblo, las de Aradillos, la Lomba, Aldueso…
Estoy segura de que destacaba por la cantidad de cantares que conocía, por
encontrar el adecuado al momento y por su habilidad para tocar el
instrumento pese a que diga que todas lo hacían por igual y que ella nunca
se presentó a ningún concurso.
Luego la pandereta se acabó porque la juventud iba al Salón de
Reinosa o a Santiurde a bailar al son del acordeón y la batería.
Afortunadamente, tenemos aún la oportunidad de escuchar a mujeres como
Bondad que son el testimonio vivo de una era que ya no existe y de la que,
por desgracia, cada vez quedan menos informantes. Por esto considero que
merece un lugar en primera línea dentro del listado de Imprescindibles de la
Cultura Cántabra.
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